Sueños y sombras by C. Robert Cargill

Sueños y sombras by C. Robert Cargill

autor:C. Robert Cargill
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
publicado: 2014-10-29T23:00:00+00:00


Capítulo 27

Los depredadores de la calle Segunda

Simon Sparks era una babosa con forma humana embutida cuidadosamente en un traje de tres piezas. Elegante e impecablemente peinado, era como el whisky escocés barato —suficientemente decorado como para parecer elegante a cualquier persona que no entendiera de whisky. Treintaitantos años, piso, trabajo en finanzas, un coche elegante que arranca por control remoto, una franja de piel más pálida alrededor de su dedo anular izquierdo y un anillo de oro oculto cuidadosamente en el bolsillo delantero derecho.

Simon tenía una teoría acerca de las mujeres y si usted llegara a conocerlo lo suficiente como para que confiara en usted y quisiera impresionarle al mismo tiempo, se la expondría.

—Todas están taradas —solía decir—. Todas y cada una de ellas. Oh, no es su culpa. Tampoco es la biología. No soy sexista. Es la sociedad. Somos nosotros los que las volvemos así, las rompemos poco a poco, año tras año. Con revistas y anuncios publicitarios y películas protagonizadas por muñecas de grandes pechos que apenas pueden pronunciar una línea de texto sin que estos desborden sus escotes. Las mujeres miran a su alrededor, ven los medios de comunicación plagados de mujeres hermosas e inalcanzables y luego se miran al espejo y ven un montón de defectos demasiado grande para contarlos todos —en ese momento Simon se tomaba un trago. Siempre lo hacía para dar tiempo a su interlocutor a asimilarlo.

—«Mis caderas son demasiado anchas, los tobillos demasiado gordos, mi nariz es demasiado larga, mis labios están demasiado delgados, mi pelo demasiado fibroso, mis pechos un poco torcidos, los pezones son demasiado grandes o demasiado pequeños o son demasiado marrones o demasiado rosados.» Y las peores, las que peor lo pasan, son las espectacularmente bellas. Las que paran el tráfico —aquí tomaría otro trago, asintiendo con la cabeza, sonriendo, como si estuviera a punto de desvelar uno de los mayores secretos de la vida—. A las que los chicos buenos no se atreven a dirigir la palabra por miedo. Mujeres que se pasan la vida siendo maltratadas por los imbéciles arrogantes que sí lo hacen. Esas chicas están destrozadas y se mueren por recibir cualquier muestra de atención.

—Son chicas que hacen las cosas más guarras. Dejan que las hagas cualquier cosa. Se ponen de rodillas y suplican a gritos que les des más fuerte, que la metas más profundo, que la metas por el sitio que quieras. Con tal de que se lo des. Y no te marches por la mañana sin pedirle el teléfono. Porque eso es lo que más las hunde. Eso es lo que no entienden. Ellas piensan que si fueran más guapas, las volverías a llamar. Que si hubieran hecho las cosas bien, las volverías a llamar. Que si fueran más interesantes, las volverías a llamar. Pero no lo harás. Nunca se las vuelve a llamar. Porque, por muy guapas que sean, no vale la pena tener una bronca por su culpa con la parienta.

Ese era Simon Sparks. Y Simon Sparks estaba de



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